Época:
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
LA FLORIDA DEL INCA



Comentario

CAPÍTULO XXVI


Resuélvense los del consejo de Tascaluza de matar los españoles; cuéntase el principio de la batalla que tuvieron



Los capitanes del consejo estuvieron divididos en lo que Tascaluza les propuso, que unos dijeron que no aguardasen a que los castellanos se juntasen porque no se les dificultase la empresa, sino que luego matasen los que allí tenían, y después los demás, como fuesen llegando. Otros más bravos dijeron que parecía género de cobardía y muestra de temor, y aun olía a traición, quererlos matar divididos, sino que, pues en valentía, destreza y ligereza les hacían la misma ventaja que en número, los dejasen juntar y de un golpe los degollasen a todos, que esto era de mayor honra y más conveniente a la grandeza de Tascaluza por ser hazaña mayor.

Los primeros capitanes replicaron diciendo que no era bien arriesgar que, juntándose todos los españoles, se pusiesen en mayor defensa y matasen algunos indios, que, por pocos que fuesen, pesaría más la pérdida de los pocos amigos que placería la muerte de todos sus enemigos; que bastaba se consiguiese el fin que pretendían, que era degollarlos todos; que el cómo, sería mejor y más acertado cuanto más a salvo lo hiciesen.

Este último consejo prevaleció, que, aunque el otro era más conforme a la soberbia y bravosidad de Tascaluza, él tenía tanto deseo de ver degollados los españoles que cualquier dilación, por breve que fuese, le parecía larga. Y así fue acordado que para poner en obra su determinación se tomase cualquier ocasión que se les ofreciese y, cuando no la hubiese, lo hiciesen de hecho, que con enemigos no era menester buscar causas para los matar.

Entretanto que en el consejo de Tascaluza se trataba de la muerte de los españoles, los criados del gobernador, que se habían adelantado y dado prisa a su camino y se habían alojado en una de las casas grandes que salían a la plaza, tenían aderezado de almorzar o de comer, que todo se hacía junto, y le dijeron que su señoría comiese que era ya hora. El general envió un recaudo a Tascaluza con Juan Ortiz diciendo que viniese a almorzar, porque siempre había comido con el gobernador. Juan Ortiz dio el recaudo a la puerta de la casa donde el curaca estaba, porque los indios no le dejaron entrar dentro. Los cuales, habiendo llevado el recaudo, respondieron que luego saldría su señor.

Habiendo pasado un buen espacio de tiempo, volvió Juan Ortiz a repetir su recaudo a la puerta. Respondiéronle lo mismo. Dende a buen rato tornó a decir tercera vez: "Digan a Tascaluza que salga, que el gobernador le espera con el manjar en la mesa." Entonces salió de la casa un indio, que debía ser el capitán general, y con una soberbia y altivez extraña habló diciendo: "Que están aquí estos ladrones, vagamundos, llamando a Tascaluza, mi señor, diciendo: "Salí, salí", hablando con tan poco miramiento como si hablaran con otro como ellos. Por el Sol y por la Luna, que ya no hay quien sufra la desvergüenza de estos demonios, y será razón que por ellas mueran hoy hechos pedazos y se dé fin a su maldad y tiranía."

Apenas había dicho estas palabras el capitán, cuando otro indio que salió en pos de él le puso en las manos un arco y flechas para que empezase la pelea. El indio general, echando sobre los hombros las vueltas de una muy hermosa manta de martas que al cuello traía abrochada, tomó el arco y, poniéndole una flecha, encaró con ella para la tirar a una rueda de españoles que en la calle estaba.

El capitán Baltasar de Gallegos, que acertó a hallarse cerca a un lado de la puerta por donde el indio salió, viendo su traición y la de su cacique, y que todo el pueblo en aquel punto levantaba un gran alarido, echó mano a su espada y le dio una cuchillada por cima del hombro izquierdo que, como el indio no tuviese armas defensivas, ni aun ropa de vestir, sino la manta, le abrió todo aquel cuarto, y con las entrañas todas de fuera cayó luego muerto sin que le hubiesen dado lugar a que soltase la flecha.

Cuando este indio salió de la casa a decir aquellas malas palabras que contra los castellanos dijo, ya dejaba dada arma a los indios para la batalla, y así salieron de todas las casas del pueblo, principalmente de las que estaban en derredor de la plaza, seis o siete mil hombres de guerra, y con tanto ímpetu y denuedo arremetieron con los pocos españoles que descuidados estaban en la calle principal, por donde habían entrado, que de vuelo, con mucha facilidad, sin dejarles poner los pies en tierra, como dicen, los llevaron hasta echarlos por la puerta afuera y más de doscientos pasos en el campo. Tan feroz y brava fue la inundación de los indios que salieron sobre los españoles, aunque es verdad que en todo aquel espacio no hubo español alguno que volviese las espaldas al enemigo, antes pelearon con todo buen ánimo, valor y esfuerzo defendiéndose y retirándose para atrás, porque no fue posible hacer pie y resistir al ímpetu cruel y soberbio con que los indios salieron de las casas y del pueblo.

Entre los primeros indios que salieron de la casa de donde salió el indio capitán, salió un mozo gentil hombre de hasta diez y ocho años. El cual, poniendo los ojos en Baltasar de Gallegos, le tiró con gran furia y presteza seis o siete flechas, y, aunque le quedaban más, viendo que con aquéllas no lo había muerto o herido, porque el español estaba bien armado, tomó el arco con ambas manos y cerrando con él, que lo tenía cerca, le dio sobre la cabeza tres o cuatro golpes con tanta velocidad y fuerza que le hizo reventar la sangre debajo de la celada y correr por la frente. Baltasar de Gallegos, viéndose tan malparado, a toda prisa, por no darle lugar a que lo tratase peor, le dio dos estocadas por los pechos de que cayó muerto el enemigo.

Entendiose por conjeturas que este indio mozo fuese hijo de aquel capitán que fue el primero que salió a la batalla y que, con deseo de vengar la muerte del padre, hubiese peleado con Baltasar de Gallegos con tanto coraje y deseo de matarle como el que mostró. Empero, bien mirado, todos peleaban con la misma ansia de matar o herir a los españoles.

Los soldados que eran de a caballo, que, como dijimos, tenían fuera de la cerca del pueblo atados los caballos, viendo el ímpetu y furor con que los indios los acometían, salieron del pueblo corriendo a tomar sus caballos. Los que se dieron mejor maña y pusieron más diligencia pudieron subir en ellos. Otros, que entendieron que no fuera tan grande la avenida de los enemigos ni les dieran tanta prisa como les dieron, no pudiendo subir en los caballos, se contentaron con soltarlos cortando las riendas o cabestros para que pudiesen huir y no los flechasen los indios. Otros más desgraciados, que ni tuvieron lugar de subir en los caballos ni aun de cortar los cabestros, se los dejaron atados, donde los enemigos los flecharon con grandísimo contento y regocijo. Y como eran muchos, los medios acudieron a pelear con los castellanos y los medios se ocuparon en matar los caballos que hallaron atados y en recoger todo el carruaje y hacienda de los cristianos, que toda había llegado ya entonces y estaba arrimada a la cerca del pueblo y tendida por aquel llano esperando alojamiento. Toda la hubieron los enemigos en su poder, que no se les escapó cosa alguna de ella si no fue la hacienda del capitán Andrés de Vasconcelos, que aún no había llegado.

Los indios la metieron toda en sus casas y dejaron a los españoles despojados de cuanto llevaban, que no les quedó sino lo que sobre sus personas traían y las vidas que poseían, por las cuales peleaban con todo el buen ánimo y esfuerzo que en tan gran necesidad era menester, aunque estaban desusados de las armas por la mucha paz que desde Apalache hasta allí habían traído y descuidados de pelear aquel día por la amistad fingida que Tascaluza les había hecho, mas lo uno ni lo otro fue parte para que dejasen de hacer el deber.